Dialéctica: Globalización y Emancipación Económica

Mata, J. (2017). Give [Ilustración]. Dribbble. Recuperado de https://dribbble.com/shots/4005355-Give

Destruyendo mitos.

La Revolución Industrial marcó un punto de inflexión en la configuración de la economía moderna, pero no fue su punto de partida. Este proceso transformador tiene sus raíces en el pensamiento occidental y la consolidación del eurocentrismo como eje articulador de la racionalidad económica. La filosofía clásica y moderna sentaron las bases de una lógica universalista que desbordó los límites del conocimiento europeo para proyectarse como paradigma hegemónico. Este proceso de racionalización universal ha colonizado también nuestra epistemología económica.

Uno de los principales desaciertos de esta racionalidad económica es la creencia de una entidad inexistente que, bajo el supuesto de la autorregulación de los mercados, orienta la competencia hacia un equilibrio que beneficia al conjunto de la sociedad. Este espejismo conceptual, originado en el idealismo ilustrado y perpetuado por el naturalismo económico, ha invisibilizado formas de conocimiento y organización provenientes del sur global, que ofrece marcos alternativos para reconfigurar las lógicas económicas contemporáneas. 

Lejos de representar un retroceso, estas alternativas nos invitan a resignificar el concepto de desarrollo, evolucionando hacia economías regenerativas y resilientes, construidas desde lo local. Este cambio implica transformar la globalización, de una amenaza que borra identidades culturales y sociales, a un proceso que fomente la coexistencia y la adaptación sin colonizar las vivencias originarias de los territorios.

Algunas corrientes del pensamiento poscapitalista sugieren que el Estado debe asumir un rol más activo en la generación de innovación. Desde la economía misional propuesta por Mariana Mazzucato (2021), se enfatiza que el Estado no debe limitarse a corregir las fallas del mercado, sino liderar el impulso hacia un desarrollo local que trascienda los métodos tradicionales de la administración pública.

Por otra parte, el periodista especializado en economía Paul Mason (2019) sugiere que el tiempo será la medida final de la transición poscapitalista. Basándose en las ideas de Preobrazhensky, quien planteó que el éxito de una nueva sociedad podría medirse por el incremento en la cantidad de los productos manejados por los órganos distributivos del Estado proletario, Mason argumenta que este enfoque resulta inadecuado para un mundo que enfrenta límites ecológicas y busca superar las dinámicas productivistas del capitalismo.

En el marco de una transición poscapitalista, la métrica clave no sería la producción de bienes, sino la proporción decreciente de las horas trabajadas a cambio de un salario en comparación con aquellas dedicadas al ocio y la actividad no remunerada. Este cambio de paradigma apunta a la creación de un sector no mercantil con su propia dinámica espontánea: cooperativas de crédito, bancos sin fines de lucro, proyectos de programación de código abierto, etc. Estas iniciativas reflejan una lógica de colaboración que busca reemplazar de manera orgánica las relaciones de mercado.

Sin embargo, aunque la idea de Mason ofrece un horizonte inspirador, es crucial problematizar la viabilidad de este sector espontáneo dentro de las actuales regulaciones capitalocentristas1. El funcionamiento del sistema económico global, con su lógica de acumulación y su marco normativo, dificulta la integración de estas alternativas sin enfrentar tensiones estructurales. Ejemplos como el Túmin, las sociedades cooperativas y el trueque en México muestran que, aunque estas prácticas alternativas sobreviven, lo hacen en los márgenes de un sistema que las aísla y erosiona continuamente.

Por ello, la transición poscapitalista requiere más que espontaneidad: exige una hibridación progresiva que permita la coexistencia y el fortalecimiento de lógicas económicas alternativas dentro de las estructuras actuales. Este proceso experimental debe partir del entendimiento de las dinámicas capitalistas que han consolidado su hegemonía y que han sido instrumentalizadas por la globalización para homogeneizar la sociedad global, una de estas dinámicas es la competencia.

El espejismo de la competencia.

Un análisis de la competencia no puede obviar su conexión histórica con la acumulación primitiva y las reestructuraciones sociales que surgen durante el feudalismo, época en la que comienza la transición al capitalismo. En este periodo las estructuras de poder feudales consolidaron una lógica vertical en la que las relaciones vasalláticas se definían por la subordinación y la dependencia. Silvia Federici (2018) explica cómo los siervos y campesinos trabajaban los feudos a cambio de la protección de los señores feudales, mercantilizando así la seguridad. A medida en que la herencia de los feudos se convierte en un fenómeno en ascenso, las relaciones entre señores y vasallos se fracturaron, lo que consolidó la acumulación de tierras como un fin en sí mismo, trascendiendo las necesidades inmediatas de sustento (Balard et al., 1989).

En este contexto, el trabajo dejó de ser únicamente una actividad ligada a la subsistencia para convertirse en una imposición estructural que definía la posición del individuo dentro de la jerarquía feudal. Esta dinámica no sólo no generó cohesión social, sino que reforzó la alienación, eliminando la posibilidad de un sentido de vida intrínseco. El individuo no vivía para trabajar, pero el poder coercitivo de la estructura feudal subordinó la existencia misma al trabajo como medio de acumulación, sembrando las primeras semillas de una lógica competitiva y utilitarista que encontraría su máxima expresión con el capitalismo.

Durante el Renacimiento, con la consolidación de las primeras economías mercantiles, se visibilizó un problema central: los recursos son límites. Este reconocimiento marcó el inicio de la institucionalización de la competencia como dinámica esencial de los mercados. Bajo esta lógica se argumenta que la competencia fomenta la innovación, la eficiencia y la reducción de costos. Sin embargo, en la práctica, estas primeras han dado lugar a la explotación sistemática de la naturaleza y las capacidades humanas.

La competencia, al pasar a una imposición normativa, se fundamenta en una connotación rivalista: una lucha permanente por maximizar el control sobre recursos finitos. Este cambio semántico es crucial para comprender cómo la economía moderna ha convertido la rivalidad en una virtud productiva, ignorando su impacto sobre la cohesión social y el medio ambiente.

Etimológicamente, “competencia” proviene del latín competere, que significa “procurar juntos” o “converger”. Resignificar este concepto hacia su significado original nos lleva a imaginar un modelo económico que no dependa de la disputa, sino de la convergencia colectiva para generar valor. Si la competencia busca promover la innovación, ¿por qué no redirigirla hacia la democratización del conocimiento, permitiendo que soluciones como por ejemplo la biotecnología resuelvan problemas estructurales, en lugar de acentuar las desigualdades?

Uno de los modelos cooperativos que resaltan en la actualidad es la innovación abierta. De acuerdo con Álvarez-Aros y Bernal-Torres (2017), la innovación abierta integra la inteligencia colectiva en la búsqueda de conocimiento externo mediante la colaboración con clientes, proveedores, intermediarios, centros de investigación, instituciones educativas e incluso competidores. Este enfoque colaborativo no sólo potencia la capacidad innovadora y competitiva de las empresas, sino que también transforma la rivalidad en sinergia y cooperación, redefiniendo con éxito esta dinámica económica.

Nearshoring y el falso dilema de desarrollo.

La globalización, surgida como extensión del colonialismo e imperialismo europeo, ha construido un sistema homogéneo que reduce la pluralidad cultural y económica al mismo común denominador: el capitalismo. Esta hegemonía económica ha creado un falso dilema entre socialismo y capitalismo, que limita la imaginación de alternativas sistémicas y perpetúa una lógica que mide el desarrollo exclusivamente en términos de crecimiento económico.

Superar la dicotomía capitalismo/socialismo es necesario para comprender la complejidad de este dilema de desarrollo oculto tras las lógicas que giran entorno al capital y comprender que la teoría crítica que se ha desarrollado principalmente desde el norte global reduce la capacidad de estructurar alternativas que respondan a las realidades locales y regionales en la actualidad.

El nearshoring representa una oportunidad de crecimiento económico derivada de la relocalización de cadenas productivas hacia territorios con ventajas estratégicas. Sin embargo, esta oportunidad plantea preguntas fundamentales sobre su impacto en los derechos humanos, la sostenibilidad de los medios naturales y el desplazamiento forzado de comunidades. Las Zonas Económicas Especiales (ZEE) ejemplifican esta problemática: diseñadas para atraer inversión extranjera, estas áreas ofrecen incentivos fiscales agresivos y flexibilidad laboral frecuentemente a cosa de comunidades campesinas e indígenas (Avila & Romero, 2017).

De acuerdo con Avila y Romero, estas zonas imponen un modelo extractivista y colonial que percibe al sur de México como “atrasado” y refuerza el desarrollo desigual en el país. La adquisición de tierras por parte de las ZEE desplaza comunidades, limita su autonomía y prioriza intereses del capital transnacional. Además, la militarización y criminalización de la protesta social debilitan las resistencias locales, consolidando dinámicas de explotación.

Nuestro concepto de desarrollo está profundamente arraigado en las lógicas capitalistas, donde los “recursos” no son más que elementos mercantilizados que adquieren valor sólo en función de su utilidad productiva. Este marco conceptual plantea un dilema paradójico: al limitar el entendimiento del desarrollo al crecimiento económico, perpetuamos una visión reduccionista que ignora las múltiples dimensiones del valor. El desarrollo, en su sentido más amplio, debe trascender lo económico para incluir el respeto por la cultura, el conocimiento y el entorno. Resignificar el desarrollo requiere abandonar esta lógica capitalocéntrica y construir un modelo económico que valore la diversidad y fomente la coexistencia entre empresas relocalizadas,  economías locales y economías comunitarias y autónomas.

¿Es posible una globalización solidaria?

La globalización, como fenómeno histórico, no es un proceso natural, sino una construcción socioeconómica arraigada en dinámicas coloniales, extractivistas e imperialistas. Esto significa que, aunque profundamente enraizada en nuestras estructuras contemporáneas, puede transformarse a través de la intervención colectiva.

Para resignificar la globalización, es necesario replantear los axiomas que la rigen, comenzando por la competencia. Adam Smith argumentó que la búsqueda del beneficio individual genera, indirectamente, beneficios colectivos; David Ricardo propuso que la competencia entre naciones fomenta la eficiencia global; Schumpeter teorizó que la competencia impulsa la innovación a través de la destrucción creativa; y Stuart Mill defendió su capacidad para limitar abusos económicos. Sin embargo, estas ideas asumen que la competencia rivalista es el único motor válido para la optimización de recursos y la innovación.

En contraste, el concepto de co-creación de valor propone una visión en la que el progreso no depende de la rivalidad, sino de la cooperación. Un ejemplo práctico contemporáneo es la transferencia tecnológica, que facilita el intercambio de conocimiento entre sectores productivos y académicos, permitiendo que la innovación científica genere tanto valor económico como impacto social. Bajo esta lógica, el nearshoring podría transformarse a través de una estrategia de “simbiosis económica”, en la que las empresas relocalizadas no sólo contribuyan a crecimiento económico, sino también a la generación de conocimiento e innovación, la regeneración del tejido social y al fortalecimiento de las economías locales.

La simbiosis económica representa una oportunidad para resignificar la competencia, concretándose mediante un modelo de innovación abierta basado en principios de interseccionalidad y regeneración. Un modelo económico ideal no debe aspirar a la uniformidad de lo que por naturaleza es heterogéneo, sino a la pluralidad, y debe construirse a partir de políticas públicas que integren la generación de valor económico con la promoción de la innovación en múltiples dimensiones: social, tecnológica, ambiental y cultural.

En este esquema, las grandes empresas, en lugar de representar una amenaza para las economías locales a través del nearshoring, podrían convertirse en motores de desarrollo endógeno. Esto se lograría mediante su participación activa en programas de incubación y aceleración de proyectos locales que fortalezcan los ecosistemas emprendedores. Dichos programas no sólo permitirían la coexistencia de emprendimientos locales y empresas relocalizadas, sino que establecerían un marco de cooperación que reconstruya el tejido social y potencialice la resiliencia económica de las comunidades, permitiendo posteriormente la generación de un sector no mercantil realmente funcional.

Este enfoque implica la creación de un ecosistema híbrido y pluriversal que desafíe el paradigma económico hegemónico. Inspirado en la estrategia de simbiosis industrial propuesta desde la economía circular, este modelo propone que las empresas relocalizadas colaboren activamente con los actores locales, optimizando recursos compartidos y promoviendo ciclos de innovación que beneficien a los distintos actores de la sociedad. Este marco no sólo evitaría que la competencia erosione el tejido social, sino que generaría un entorno económico más estable y adaptable, capaz de resistir las fluctuaciones de los mercados internacionales.

Por la construcción de un nuevo paradigma.

El modelo de los ecosistemas de emprendimiento ofrece una vía para trascender la lógica capitalista y construir un modelo de producción y consumo basado en la co-creación de valor. Sin embargo, para que estos ecosistemas sean verdaderamente viables y factibles, deben diseñarse desde una lógica interdisciplinaria que integre aspectos culturales, sociales, ambientales y económicos.

En lugar de concebir a las empresas relocalizadas como entes aislados de las comunidades donde operan, estos ecosistemas deben fomentar la colaboración entre industrias, emprendimientos locales, academia y sociedad civil. Este enfoque híbrido tiene el potencial de equilibrar los beneficios del nearshoring con el fortalecimiento de las economías locales y el desarrollo de innovaciones socialmente relevantes.

La implementación de estrategias de simbiosis económica no representa una amenaza para el beneficio económico de las empresas; al contrario, les permite operar en un entorno fortalecido y socialmente cohesionado. Un ecosistema económico colaborativo puede garantizar una mayor sostenibilidad de las operaciones empresariales y a la vez, una legitimidad social que maximice el impacto positivo de su presencia en las comunidades locales.

El Estado tiene un papel crucial en este proceso. Mazzucato (2018) subraya la importancia de garantizar que un ecosistema de innovación sea verdaderamente simbiótico y no parasitario, promoviendo una visión anti-extractivista que priorice el bienestar y conocimiento colectivo. Más allá de solamente fomentar la innovación, el Estado debe innovar sobre sí mismo, rediseñando sus funciones para facilitar la convergencia entre actores diversos y garantizar que el desarrollo no excluya a ningún sector de la población. Por otro lado, como sociedad, debemos resignificar el poder, entendiendo que su ejercicio colectivo tiene la capacidad de reconfigurar profundamente nuestras estructuras económicas y sociales.

Este nuevo paradigma no es utópico, sino una necesidad histórica frente a las crisis que enfrenta el modelo capitalista. La construcción de economías regenerativas, resilientes y solidarias debe ser el objetivo central de nuestra era, no sólo para garantizar la sobrevivencia, sino para rehumanizar nuestras relaciones sociales, económicas y ambientales.

El camino hacia un paradigma económico que no sólo desafíe las lógicas extractivistas del capitalismo, sino que también coloque a la vida y la cooperación en el centro del progreso, es una posibilidad impostergable. Este desafío no es solo político o económico; es cultural, es epistemológico y es profundamente humano. Y aunque la transición poscapitalista se presenta como un camino tortuoso, la posibilidad de construir una globalización solidaria y resignificar las dinámicas económicas, está al alcance de quienes se atreven a cuestionar las narrativas dominantes y a reimaginar nuestra sociedad.

Referencias.

Álvarez-Aros, E. L., & Bernal-Torres, C. A. (2017). Modelo de Innovación Abierta: Énfasis en el Potencial Humano. Información Tecnológica, 28(1), 65-76. https://doi.org/10.4067/s0718-07642017000100007

Avila, A., & Romero, L. E. A. (2017). LAS NUEVAS ZONAS ECONÓMICAS ESPECIALES EN MÉXICO: DESPOJO AGRARIO Y RESISTENCIA CAMPESINA/As novas Zonas Econômicas Especiais no México: despossessão agrária e resistência camponesa. REVISTA NERA, 40, 138-162. https://doi.org/10.47946/rnera.v0i40.5032

Balard, M., Rouche, M., & Genet, J. (1989). De los bárbaros al renacimiento: edad media occidental (1.a ed.). AKAL.

Bergamin, G. B., Bahamonde, D. C., Anabalón, J. F., & Lozada, A. G. (2023). J.K. Gibson-Graham. Hacia una economía postcapitalista o cómo retomar el control de lo cotidiano. Polis (Santiago), 22(66), 247-255. https://doi.org/10.32735/s0718-6568/2023-n66-3391

Federici, S. (2004). Calibán y la bruja : Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. http://repositorio.dpe.gob.ec/bitstream/39000/3013/1/DEPE-DPE-027-2021.pdf

Mason, P. (2019, 22 julio). Es tiempo para el poscapitalismo. Nueva Sociedad | Democracia y Política En América Latina. https://nuso.org/articulo/es-tiempo-para-el-poscapitalismo/

Mazzucato, M. (2018). The entrepreneurial state: Debunking Public Vs. Private Sector Myths.

Mazzucato, M. (2021). Mission Economics: A Moonshot Guide to Changing Capitalism. Harper Business.

  1. El capitalocentrismo es un término acuñado por J.K. Gibson-Graham refiriéndose a la reducción de lo económico al ámbito discursivo-conceptual del capitalismo, invisibilizando a su vez la diversidad económica.
    ↩︎

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio
×