La periferia no vive, sobrevive

Estudiantes que iban a clases, mujeres cuidadoras y trabajadores quemados son los saldos del abandono estructural de la periferia en la ZMVM.

El miércoles 10 de septiembre, una pipa cargada con 49 mil litros de gas LP volcó sobre el puente de La Concordia y la calzada Ignacio Zaragoza, en el oriente de la Ciudad de México. Los hechos ocurrieron pocos minutos después de las 2 de la tarde, cuando la unidad, proveniente del Estado de México, perdió el control, ocasionando una fuga de gas que inmediatamente explotó.

El estallido se extendió en un radio de 50 metros, aunque la detonación fue escuchada en un par de kilómetros a la redonda. Los funestos saldos del accidente, al cierre de la edición, 31 fallecidos y más de 90 lesionados, la mayoría con quemaduras de segundo y tercer grados.

Indiferencia y abandono

La tragedia de La Concordia nos recuerda una verdad incómoda: en la periferia la vida es lucha. La falta de agua, el deterioro del sistema de transporte público, los socavones, las inundaciones, la inseguridad y ahora esto. ¿Cuánto más puede aguantar la gente?

Hace 10 años, una pipa de gas explotó al interior del Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa. El estallido destruyó los cuneros, las oficinas administrativas y la zona de camas, dejando tras de sí un saldo de 8 personas fallecidas, entre ellas 2 recién nacidos y varios heridos.

Foto: Valente Rosas / El Universal

En La Concordia la explosión se extendió a 30 metros, de acuerdo con reportes preliminares.

Cuando la línea 12 del metro colapsó sobre avenida Tláhuac, fueron las personas de las periferias quienes pagaron con sus vidas la indiferencia política y el desinterés generalizado. Hoy, nuevamente, la periferia es azotada por una nueva tragedia. Con el perenne balance de que el trayecto, de más de dos horas, a la escuela o el trabajo, puede costarte la vida.

Apenas unos días antes de la explosión en La Concordia, fuimos conmocionados por las imágenes de un autobús de pasajeros siendo embestido por un tren de carga en Atlacomulco, Estado de México. El accidente cobró la vida de una decena de personas y lesionó a otras 50.

La negligencia como común denominador.

Iluminar el desastre

El bienestar que pregonan no llega en combi o microbús, aquellos que hacen 3 horas de traslado no lo ven ni lo sienten. Ellos y ellas son asiduos al paradero que los recibe siempre a oscuras, ya sea en la madrugada o cuando vuelven por la noche.

Ana Daniela Barragán se dirigía a sus clases en la FES Cuautitlán cuando la explosión truncó su sueño de volverse ingeniera en alimentos; Misael Cano, un trabajador de la Alcaldía Iztapalapa; el maestro Eduardo Noé García; Juan Carlos Sánchez y Jorge Islas Flores, alumno y trabajador del CECyT 7 del IPN; doña Alicia Mateos Teodoro

Víctimas mortales de la tragedia de La Concordia

Eduardo Romero, fallecido el pasado día 18, era repartidor de aplicación. Vivía junto con su esposa y sus 3 hijos en la colonia Nueva España en Azcapotzalco. La explosión de la pipa en La Concordia lo dejó con quemaduras graves y secuelas contra las que luchó hasta hace unos días en el Hospital de Traumatología Victorio de la Fuente. Apenas tenía 30 años.

¿Cuál es la explicación de su vida cortada con tal premura?

Héroes y heroínas

Frente a la desolación y el abandono institucional, es la propia periferia la que se organiza y resiste cotidianamente. La Concordia no fue la excepción. En paradójico escenario, quienes padecen con mayor ahínco el desabasto de agua, la acarrearon en garrafones para apaciguar las llamas y amainar el ardor de la carne chamuscada.

Ante el evidente desborde en la capacidad de movilización de los servicios de emergencia, la gente se organizó y, como pudo, trasladó a los heridos a los hospitales más cercanos. Un motociclista anónimo llevó a un policía que cargaba en sus brazos a un niño quemado. Otros más, como Edson y René N., repartidores de aplicación, ofrecieron viajes gratuitos para que los familiares de heridos pudieran buscarlos en los distintos nosocomios  a los que fueron trasladados.

Doña Yolanda Martínez llevó cazuelas de comida para los familiares de las víctimas a las afueras del IMSS Magdalena de las Salinas, “les ofrezco un taco, de corazón” dijo. Osvaldo y Cristian, estudiantes de enfermería de la FES Zaragoza, reunieron a sus compañeros y con el dinero de sus pasajes compraron pan, jamón y queso para ofrecer tortas en el Hospital Rubén Leñero. Mariana, una joven dedicada a la venta de gelatinas, ofreció al personal médico la generosidad solidaria de su venta del día.

Foto: Leslie Pérez

Ante la desgracia, la solidaridad mexicana siempre desborda.

Todos ellos son héroes y heroínas, aunque en el trasfondo de la romantización subyace siempre el desinterés estructural, que únicamente voltea a la lejana periferia cuando ésta muere de hambre, sed o dolor. 

Porque, en la periferia, la gente sólo se tiene a sí misma.

México profundo

Sillas de oficina con sábanas, no camillas, son la insuficiente evidencia de que el sistema de salud se encuentra colapsado y no es capaz de hacer frente a la imperiosa demanda de las personas. La carestía en hospitales, según nos dicen, es un mito genial.

Apenas unos días después de la tragedia de La Concordia, la doctora Sheinbaum aseguró que el desabasto de medicamentos existe, aunque este, se debe a los laboratorios y farmacéuticas; por lo que, el gobierno federal no es culpable. El pasado viernes 26, una manta apareció a las afueras del Hospital General de Mexicali –bajo resguardo del IMSS Bienestar– clamando por medicamentos a Juan José Ponce Félix, alias “el Ruso”, presunto operador del cártel de Sinaloa en la entidad.

El caso de doña Alicia Mateos Teodoro es bastante ilustrativo sobre el martirio que aguarda al resto de las víctimas de La Concordia. Mientras doña Alicia se encontraba en terapia intensiva, su historia colmó el espacio público, exaltando el acto amoroso y desinteresado de proteger con su cuerpo a su nieta de 2 años. Su fallecimiento hizo lo propio, ahora con moños negros y gestos digitales de homenaje.

Sin embargo, todo esto resultó insuficiente para que alguno de los tres órdenes de gobierno, o la empresa gasera, brindara apoyo a la familia de doña Alicia. Las modestas exequias improvisaron una lona, para que el féretro fuera velado sobre la calle, frente a un nicho de la Virgen de Guadalupe. Alicia Mateos trabajaba como checadora de ruta y, ante la falta de un sistema nacional de cuidados, se encargaba de cuidar a su nieta.

Como ella, 31 personas han fallecido y otras 90 permanecen heridas como consecuencia de la explosión en La Concordia. Mientras, el Gobierno de la Ciudad de México anunció la creación de un comité de solidaridad con las víctimas, aunque, asegura, sus necesidades están cubiertas. Extraña paradoja.

Foto: CUARTOSCURO

La indiferencia y el abandono superan con creces las administraciones gubernamentales.

Por su parte, las víctimas y sus familias advierten como premonición que las exigencias de justicia, reparación y no repetición, serán gritos ahogados en el mar de impunidad en el que vivimos. Su dolor, como el de tantos otros, será olvidado.

Uno de estos casos fue el de Juan Carlos Jiménez, quien apenas sobrevivió a la explosión del miércoles 10, pero falleció en el Rubén Leñero 5 días después. Su padre, don Apolonio, aseguró —con voz entrecortada— a los medios, que era el sostén económico de su familia. Ahora, viuda e hijos de Juan Carlos se encuentran frente al desamparo. A pesar de que el gobierno brindó ayudas de entre 20 mil y 50 mil pesos a las víctimas.

De la empresa gasera, Transportadora Silza, filial de Grupo Tomza, apenas se han recogido exiguos comunicados que lamentan, digitalmente, la tragedia. Sobre la vieja pipa, los seguros o el ominoso historial de demandas acumuladas por décadas, por presunta negligencia, no hemos escuchado nada.

Del Gobierno de la Ciudad de México y la Fiscalía General de Justicia (FGJCDMX), hemos escuchado, hasta el hartazgo, sobre el acompañamiento a las víctimas y el deslinde de responsabilidades correspondiente. No obstante, un día después del siniestro en La Concordia, labores de reencarpetamiento comenzaron en la zona en la que la pipa volcó.

La intervención, desde luego, inquietó, aunque el siempre diligente personal pericial de la FGJCDMX aseguró que el percance no fue el resultado de los baches. Técnicos expertos en “criminalística, tránsito terrestre, mecánica, química, incendios y explosiones, seguridad industrial” no encontraron siquiera indicios de que la falta de acordonamiento de la zona y las labores del Gobierno de la CDMX pudieron contaminar la escena del crimen.

En el México profundo, los rezos y las flores son las únicas armas con las que Iztapalapa, y la periferia, se enfrentan al desinterés generalizado de las instituciones y la aplicación tendenciosa de la ley y la justicia.

El novísimo Banksy –aparecido en la fachada de los Reales Tribunales de Justicia en Londres– muestra a un juez golpeando a un manifestante con un mallete, mientras sostiene una pancarta ensangrentada y suplica. Parece una buena metáfora del calvario que aguarda a las víctimas, con el derecho y la justicia amparando al poder.

¿Qué pueden esperar quienes toleran el azote rutinario?

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