Identidades Sociales y polarización en Buenos Aires

Introducción

El mundo es un gran teatro, la sociedad es una de las tantas obras que se presentan, y los individuos son los actores que interpretan los papeles que le dan sentido a esta. La máscara que nos otorga un rol en la obra define la manera en la que nos relacionamos los unos con los otros, y esta se va construyendo y nutriendo desde múltiples áreas sociales, culturales, recreativas y educativas. Desde esta perspectiva, la identidad personal, que es nuestra máscara, no se puede entender sin tomar en cuenta una parte fundamental que la conforma: la identidad social. ¿Pero qué tanto afecta el pertenecer a una identidad en la formación de nuevas relaciones? 

La Teoría de la Identidad Social (TIS) de Henri Tajfel y la Teoría de Auto-Categorización del Yo (TIC) de John Turner pueden ayudar a responder esta pregunta. Esta investigación sigue una metodología cualitativa, en la que se realizaron entrevistas de tipo sociocultural-interpretativo, utilizando grupos focales y registrada, con previa autorización, en audio para su posterior transcripción. La muestra es no probabilística e intencional, formada por jóvenes de 18 a 24 años, universitarios de diferentes carreras, género, y origen étnico-racial de la Ciudad de Buenos Aires.

Entendiendo la identidad social

La TIS postula que las personas se clasifican a sí mismas y a los demás en diversos grupos sociales, ya sea política, deportiva, religiosa, nacional, étnica o racial. En la medida que comprendemos quiénes somos dentro de múltiples círculos de convivencia y conocemos el pensamiento y las acciones esperadas en estos ámbitos, formamos nuestra identidad social, y trazamos tanto los caminos que seguimos como aquellos que deliberadamente evitamos. El significado emocional y valorativo (bueno o malo) asociado a dicha pertenencia (identidad social), completa el autoconcepto del individuo y contribuye al sentido de quienes son y eso depende tanto de su propia comparación como la que los demás hacen hacia ellos (Tajfel, 1981, p. 255). 

La comparación social trasciende la mera diferenciación, pues busca que el individuo o grupo alcance un estatus de superioridad, maximizando su autoestima. Los individuos tratan de positivizar su autoconcepto, de manera que, intergrupalmente, buscarán maximizar las diferencias entre el endogrupo (nosotros) y el exogrupo (ellos) en las dimensiones que reflejan positivamente al endogrupo. Pertenecer a un grupo o a otro puede ser más deseable o atractivo para un individuo, dependiendo del contexto social, y se identifican 3 estrategias que los sujetos dentro de grupos sociales utilizan para positivizar su identidad (Scandroglio et al, 2008; Tajfel, 1981):

  • La movilidad individual: tentativa del sujeto de redefinir su pertenencia categorial, tratando de llegar a ser miembro del grupo de estatus superior.
  • La creatividad social: cuando las relaciones intergrupales son subjetivamente percibidas como seguras (legítimas y estables), haciendo que los individuos busquen nuevas dimensiones de comparación, redefinición de los valores adjudicados a determinadas dimensiones y cambio del exogrupo de comparación.
  • La competición social, que tendería a aparecer cuando se percibe la comparación entre los grupos como insegura y consistiría en intentar aventajar al grupo de mayor estatus en la dimensión consensuadamente valorada por ambos.

La TAC explica que los individuos se auto y hetero categorizan en diferentes niveles de abstracción dependiendo del contexto social. Por ejemplo, una persona puede categorizarse como estudiante en un contexto, como joven en otro, o como argentino en otro más amplio. Estos contextos poseen, en mayor o menor medida, predisposición a que el individuo tenga que utilizar una u otra máscara, produciendo lo que se llama “despersonalización”. Esto es enfatizar la identidad del grupo sobre la personal en ese momento, (Turner et al, 1987). Esto no implica perder por completo la identidad personal, pero, en la medida en que los miembros del grupo se acerquen más o menos a esa posición, más o menos respetados e influyentes serán, este proceso acentúa las diferencias entre el exogrupo y disminuye las diferencias del endogrupo (Pichastor & Nieto, 2007).La identidad social organiza la experiencia humana en gran medida, llegando a tener repercusiones no solo en la conducta hacia el otro social, sino que hacia el otro biológico. Y entonces, ¿si el contexto influye tanto en la autocategorización de una persona y ésta a su vez permea su identidad social…desde dónde, cómo y cuándo se construye esa identidad?

Construcción de la identidad social.

Las juventudes porteñas, influenciados tanto por factores tradicionales como por nuevas formas de expresión cultural, desarrollan su identidad política y social en un contexto único marcado por la diversidad y la riqueza cultural. La identidad puede comprenderse como el transitar por marcos institucionales y grupales durante el periodo de existencia del individuo. La primera fuente que se encargaría de construir la identidad del individuo sería la Familia. 

La Familia es un grupo primario, y entendida como un grupo social, se organiza en torno a roles y tareas diferenciados entre sus miembros, lo que impulsa la cohesión y dirige la comunicación. Esta estructura moldea nuestra concepción del mundo e influye fuertemente en nuestras futuras relaciones interpersonales e intergrupales. La Familia puede enseñar diferentes valores y cosmovisiones, estos valores pueden ir desde la asignación de roles de género en la sociedad, hasta qué es “lo bueno” y qué es “lo malo”. 

Como grupo social, se le ha sido asignado la función educadora de sus miembros con el objetivo de insertarse al sistema social de manera “sana y productiva”. Esto dependerá del contexto y ambiente sociocultural, es decir, los patrones de interacción y comunicación entre individuos y grupos, el tejido social de la comunidad, la estructura de normas y distribución de roles (Bezanilla, 2013). Sin dejar de lado el contexto y ambiente físico económico, es decir, la geografía (centro o periferia), el acceso a servicios y oportunidades, el medio ambiente, así como la necesidad de los miembros de la familia de trabajar. 

El origen familiar y/o la presencia de una u otra herencia cultural más o menos favorecida/hegemónica influye en la identidad del individuo, por ejemplo, en Argentina, el componente africano en CABA es de 1.3% y el indígena es de 2.3% (Censo, 2022). Estos datos se relacionan con el mito nacional de la “Argentina blanca”, que construye la identidad al interior y al exterior del país. Este mito se sustenta por las olas migratorias (de donde también podemos extrapolar las identidades políticas familiares) de finales del siglo XIX y principios del XX, y del proceso de blanqueamiento cultural; la idea de que lo blanco y lo europeo representaban el progreso, lo moderno y civilizado. 

Si la madre y el padre siguen alguna religión, podrían continuar la educación de sus hijos en alguna escuela religiosa, esto no es determinante, pero sí tiene un impacto sustancial en la construcción de la identidad porque establece valores identitarios. Valores identificados como “conservadores” son asociados con religiones. En Argentina, según la “Segunda Encuesta Nacional Sobre Creencias Y Actitudes Religiosas En Argentina” (2019), hay 3 grupos religiosos mayoritarios: Católico (62.9%), Evangélicos (15.3%) y Sin Religión (18.9%), entre ellos hay grandes diferencias en varios temas: 

Composición familiar: El modelo patriarcal de familia es más aceptado entre las y los evangélicos (67.5%). Entre las y los católicos (61.8%) y sin religión (85.6%) aparecen mayores niveles de conformidad con la diversidad familiar y el matrimonio igualitario.

Legalización de las drogas: Las y los evangélicos se oponen en mayor medida a la legalización de las drogas (38.5%). En contraposición, las y los sin religión se muestran más favorables al consumo legalizado (16.8%).

Marchas y Organizaciones Sociales: Las y los sin religión tienden a tener un mayor nivel de participación en movilizaciones sociales que las y los católicos y evangélicos (Figura 1).

Gráfico, Gráfico de barras

Descripción generada automáticamente
Figura 1. Participación en Marchas y Organizaciones Sociales. Datos en % de respuestas afirmativas (CONICET, 2019).

Nivel de confianza en instituciones: En un contexto general de incredulidad, las Universidades se erigen como las instituciones que generan mayor confianza (78%). Quienes se identifican como sin religión aplazan en confianza a todas las instituciones (Estado y Sociedad Civil), con excepción de las Universidades.

La Escuela es la segunda fuente que construye identidad social.  En este contexto se producen y reproducen las significaciones sociales y políticas macro y micro que constituyen la vida social política de los sujetos y sus identidades (Pantoja, 2011). Es a través de políticas educativas y la integración de símbolos y rituales patrios como la entonación del himno nacional, el guardapolvo, los colores, y el estudio de figuras y eventos históricos nacionales, que el Estado convierte al sistema educativo en un escenario donde se moldea y refuerza una narrativa nacional común. Esta estrategia estatal busca no solo educar sino también inculcar una identidad social colectiva, la identidad nacional.

Más allá del sistema educativo, la Escuela en su dimensión funcional-estructural se caracteriza desde el panóptico de “vigilancia” para controlar y castigar a quién no cumpla con el orden establecido (Pantoja, 2011). El sujeto se relaciona con “el otro”, influenciado por estereotipos de sociabilidad y comportamiento presentes en la Escuela. Las expectativas de ética, estética y género dictan comportamientos “esperados”, como la obediencia al poder y orden establecido, el logro académico o el liderazgo y estos determinan el reconocimiento y prestigio social de los docentes y compañeros, mientras que los estándares estéticos dominantes influyen en la inclusión o exclusión entre pares. Se categoriza y auto categorizan los “alumnos buenos y malos” y se regula la conducta en función de la cultura dominante y el producto esperado, una Escuela-Fábrica.

En la educación superior y frecuentemente media superior encontramos plataformas de formación política e ideológica. Las organizaciones estudiantiles son otro grupo social que aporta mucho en la construcción de la identidad social. En Argentina, los grupos “La Emergente”, “Franja Morada”, “MST”, “Somos Libres”, “Autoconvocados” o “Nuevo Más”, por mencionar algunos, tienen sus propios símbolos, ideología, lugares de ocio y formas de socialización. Pertenecer a una u otra muestra el funcionamiento de los procesos y dinámicas de la TIC y la TAC; categorización, comparación social y despersonalización.

En Internet ocurren a diario interacciones sociales a través de redes sociales, en donde existen varios medios para la difusión de información e ideas como los memes. Esta difusión está segmentada por preferencias e intereses que recolecta la Big Data, y esa segmentación da como resultado un algoritmo personalizado, ajustado a cada identidad. Es difícil que a una cuenta de izquierda le lleguen “buenas noticias” de la derecha y viceversa, esto lleva a la polarización de la sociedad, a la rivalización del otro. 

Los Grupos y las Relaciones Sociales

¿La categorización hará entonces que discrimine al otro? Retomando la TIS y añadiendo el Paradigma del Grupo Mínimo (Tajfel, Flament, Billing y Bundy, 1971), se plantea que con la mera categorización, aunque se deba a criterios arbitrarios, la conducta tiende al favoritismo endogrupal para conseguir una identidad social positiva en las comparaciones sociales (Huici y Gómez Berrocal, 2004). La actitud positiva hacia los miembros del propio grupo producida de esta forma es denominada “atracción social”, y define un modo de atracción en el cual los sujetos no son apreciados como individuos únicos, sino en qué tanto son encarnaciones del prototipo grupal, existiendo una mayor atracción o rechazo en la medida en que son percibidos como más o menos prototípicos (Scandroglio, 2008). De esta manera, cuando categorizamos, aplicamos prejuicios y estigmas hacia la otra identidad y nos distanciamos de ella, mientras que reafirmamos nuestras semejanzas con la propia.

Esto reaviva y profundiza un fenómeno de polarización en Argentina conocido como “La Grieta”. El discurso oficial negativiza y criminaliza las movilizaciones de los sectores empobrecidos, los estudiantes, los trabajadores, piqueteros y otros sectores de izquierda y opositores al gobierno, quienes ahora representan las “nuevas clases peligrosas”, “los zurdos resentidos” o “planeros chorros” frente a “los argentinos de bien”, debido a su composición social y métodos de protesta (Svampa, 2018). Por otro lado, los grupos e identidades sociales de izquierda y opositores, desde su perspectiva, son la resistencia, asociando las movilizaciones y protestas contra las medidas del gobierno a una lucha de emancipación con una fuerte carga nacionalista; una causa justa por el pueblo argentino, acusando al otro de los males de la sociedad.

En ese sentido, cada grupo e identidad social tiene su propio discurso de “los buenos y los malos” que se han construido a partir de las fuentes anteriormente mencionadas. Estas creencias, prototipos, estereotipos, y estigmas son reforzados y ampliados a través de la segmentación algorítmica en redes sociales, creando una espiral de polarización y categorización cada vez más radical. Para la TAC, es el contexto el que determina la saliencia de las identidades sociales y la despersonalización del individuo, en Argentina, el contexto actual provee numerosas oportunidades para que estas dinámicas se manifiesten con mayor frecuencia y severidad.

Las crisis compartidas de los 20s del siglo XXI, la historia del Argentina, sus fuentes de identidad, su historia y fenómenos sociales, y la grave crisis económica local, hacen que la política y los problemas dominen las interacciones de la vida cotidiana, afectando directamente nuestras interacciones afectivas, haciendo que las personas sean menos propensas a relacionarse con alguien de una identidad social diferente. Se hace difícil aceptar que el otro piense diferente, y más que un semejante, podríamos verlo como alguien que no ve “la realidad”, alguien que no piensa “bien”, alguien a quien vencer y no a quien amar.

Como resultado, la brecha de polarización se perpetúa, predominando la competición de identidades sociales en lugar de la creatividad y cooperación como mecanismo de comparación, por lo tanto, exacerbando la división social. Un ejemplo de ello podemos verlo en aplicaciones de citas, donde en los resultados para edades de 18-24, rango de juventud por la UNESCO (2005), y sexo femenino, encontramos descripciones en el perfil como:  “Libertarios abstenerse”, “Si votaste al presidente q tenemos n mandato xfavor a la izquierda!!” “porfavor, neurotípicos, pakis y pro milei no!”, “Milei la concha de tu madre”, “Si votaste a Milei seguí de largo, no me interesas”, “zurdita empobrecedora”.

Pero, ¿la teoría, las fuentes y lo anteriormente planteado reflejan la realidad? Especialmente fuera del ámbito digital y algorítmico, donde las aplicaciones de citas están diseñadas para mostrarte lo que buscas en otros, asegurando compatibilidad ¿Cómo se manifiesta esto en las juventudes porteñas? ¿En qué medida afectan las relaciones sociales y cuál es el riesgo real de exclusión social para ciertas identidades? ¿Es posible superar estas diferencias en pos de un objetivo común y cuál ha sido el impacto de estas batallas culturales? ¿Ha funcionado la batalla cultural de Milei? ¿Qué grupos sociales son discriminados y quiénes son los discriminadores? Para responder estas preguntas, necesitamos ir más allá de la teoría y escuchar los testimonios de los jóvenes porteños.

Entrevistas

Las entrevistas realizadas a 20 personas, de edades entre 18 y 24 años, revelaron resultados esperados e inesperados. Los grupos principales se categorizaban como izquierda (10 personas) y derecha (9 personas) , pero igual podemos especificar y encontrar intersecciones como la homosexualidad, los migrantes y estudiantes de universidad pública eran identidades con tendencia izquierdista, mientras que los apolíticos (1 persona) y estudiantes de universidades privadas tendían a derecha.

La mayoría de los y las entrevistadas aceptaron que tenían algún prejuicio sobre los estudiantes de universidades públicas y privadas. Entre estos estereotipos se menciona que los estudiantes de educación pública son “vagos, demasiado libres, y más propensos a la deserción escolar”, por otro lado los de las privadas son “privilegiados, clasistas y enburbujados”. Existe también la idea que las universidades públicas son mejores académicamente, y en las privadas “se compra las calificaciones”. De igual modo está presente el sentimiento de “mayor prestigio” por parte de los estudiantes de universidades privadas, y los de públicas mencionan que ellos son los que marcan demasiado esa diferencia. Pero tanto estudiantes de universidades privadas como públicas, en general, tienen una mente abierta y cierta noción de que solo se trata de estereotipos, algunas veces atinados y otras veces desatinados. Existen grupos de amistades y afectivas entre estos dos mundos.

Se hace evidente que la identidad social compartida entre los entrevistados es la de “estudiante universitario”, pues la mayoría de las respuestas sobre “el acercamiento o distanciamiento con otros por la identidad” fue respondida haciendo referencia a la Marcha Federal Universitaria del 23 de abril. Esto puede explicarse por la historia nacional y el rol que jugó la educación pública en la movilidad social de las familias en Argentina. En contraposición, a la hora del distanciamiento, varias personas referenciaron las últimas elecciones y cómo les afectó en sus relaciones, destacando que la polarización se acrecentó y los distanció de círculos.

El gran conflicto de identidades se configura como “Izquierda vs Libertarios” en Buenos Aires, 15 personas mencionan que su círculo cercano piensa igual que ellos. Algunos testimonios, mencionan que en el periodo electoral estaban “muy nerviosas y confundidas por no saber qué hacer con amistades abiertamente Libertarias o que apoyaron a Milei”. Hubo un consenso general por parte de las identidades de izquierda de dejar pasar los vínculos ya generados con personas cercanas, pero negarse a relacionarse con gente nueva que pensara así. Las personas de izquierda directamente se niegan a establecer algún vínculo con los Libertarios, su prejuicio y estigmatización tiene que ver con el discurso negacionista, la criminalización de la protesta, “no ver la realidad, no pensar, no tener empatía” y “odio, los mueve el odio”. Se tiene el estereotipo del Libertario como “estudiante de facultad privada, de economía, derecho o negocios, además de homofóbicos”. Se presentó este diálogo en una entrevista grupal donde participaron una Kirchnerista y alguien sin izquierda definida: “Mis amigas de la facultad son de derecha”, “Ufff, salí de ahí amiga”, “la última pareja que tuve, no soporté […] todo es político, o sea, si vos mirás o no a quien te vende las medias a la cara, termina siendo político”. 

En contraposición, las personas Libertarias entrevistadas se mostraron más relajadas en este aspecto, están más abiertas a tener una relación con personas diferentes a su ideología o identidad. Sin embargo, se menciona que entre el grupo de mujeres, en lo general en universidades privadas, cuando se está saliendo con alguien se pregunta por el “ABC”, siglas que significan “Apellido, Billetera, Campo”, dando a entender que esas son las variables de mayor peso para una relación. Se muestran ligeramente más abiertas al diálogo para el entendimiento, aunque el uso de frases como “respeto su opinión equivocada”, “se toman las cosas personales” podrían llegar a entenderse como una actitud de superioridad frente a opiniones diferentes. El estereotipo de personas de izquierda es “chorros”, “planeros”, “regalan plata a la gente pobre”, “si sos de izquierda es un montón, y si sos kirchneristas sos como la más mierda de la izquierda”.

Hay un poco más apertura a salir con otras posiciones políticas diferentes, con la condición de  “no hablar de política” o “que no interfieran con la vida del otro”, por ejemplo, discursos de odio o homofóbicos. En definitiva, las dos identidades dicen que “no podría salir con alguien que esté radicalizado”, mostrando que una identidad política demasiado saliente no es tan atractiva. No se “abanderan” con su identidad política en contextos cotidianos, pero sí están conscientes de que en la actualidad hay menos contextos o espacios donde no tengan que posicionarse o hacer evidente su identidad política. Dicen que se demanda más posicionamiento, hay más radicalización ahora, “enojo y cansancio es lo que hay entre la juventud y es eso lo que nos radicalizó, por eso votaron a Milei”, “la brecha se amplía y ahora más que nunca, la gente se está metiendo en la política, porque cuando te toca o ves tan violentamente el cambio, opinás, porque sino serías una planta”. El clima entre los jóvenes, tanto de izquierda como de derecha, militantes y no militantes, es de hartazgo y desesperanza con la política, ya no creen en los partidos, pero no salen de la lógica partidaria, “no podemos hacer nada” “El problema no es la posición política, es la política”.

En general, el contexto más común para encontrar pareja es en círculos cercanos y más recientemente mediante el uso de aplicaciones de citas. Parece que existe un filtro o segmentación que se exacerba en lo digital por el algoritmo de preferencias, haciendo más fácil encontrar gente que no sea diferente en la identidad social, o en contextos con poca saliencia de la misma. Por otro lado, el contexto más ideal para la mayoría, es el de un “encuentro casual, sin saber nada del otro, en la calle”. Dicen preferir lo físico por sobre lo digital, pero que “cada vez es más difícil moverse en diferentes círculos en la vida real”.

En gran medida, los y las entrevistadas de izquierda mencionaron que ellos mismos escogieron su identidad, pues muchas veces cuestionaron lo que su familia les inculcó sobre la religión y otros valores, y que la izquierda era la ideología que más los beneficiaba, aún viniendo de familias de derecha o muy religiosas. Afirman que la misma realidad fue la que les mostró que las cosas eran de una manera y que no podían ignorarla. De igual manera reconocen que la educación fue la fuente que les abrió la perspectiva pues en el caso de las universidades públicas se mezclan múltiples realidades, ausente en las privadas. La segunda fuente que reconocen como moldeadora de su identidad fue el internet. La tercera fue la Familia. La mayor parte de los entrevistados reporta seguir cuentas como “@memesdeizquierdaok, @sudestadaevista, @ojo.con.el.pueblo, @futurockok, @elpelucamilei, @carpincholiberal” pues eso les “abrió las ventanas de muchas realidades en el mundo, ampliando su panorama y perspectiva”. El origen de las familias es de Europa (España e Italia) y de países limítrofes (Venezuela y Uruguay). El testimonio de la entrevistada de familia venezolana resalta la exclusión social, “me pusieron muchas trabas acá para todo, la nacionalidad venezolana era y es muy estigmatizada, eso no pasa con los rusos que vienen ahora, hay una cuestión racial”.

Conclusiones

Hemos explorado cómo se construye y se manifiesta la identidad social entre los jóvenes porteños, destacando tanto sus beneficios como sus limitaciones. La identidad no debería ser una jaula que nos encierra en categorías rígidas y conflictivas, sino que un punto de partida desde el cual podemos explorar diversas facetas de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. La TIS y la TAC explican cómo los jóvenes porteños buscan maximizar la diferencia entre su grupo y otros, profundizando la polarización.

Hoy se acusa al otro, que piensa diferente, de ser terroristas o golpistas. Se acrecientan los prejuicios y estigmas sociales hacia quienes protestan, hacia quienes eligieron una opción que prometía un cambio y fueron convencidos por el hartazgo político. La sociedad y los individuos que la conformamos tenemos la responsabilidad de formar de tender esos puentes de entendimiento, de ser más empáticos y no solo ver por el bienestar propio. Para construir otro mundo, la educación debe formar personas participantes de la sociedad, abiertos y tolerantes al diálogo, donde las diferencias se puedan resolver con dinámicas de respeto, entendimiento y solidaridad. 

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