
En los últimos días, la Ciudad de México ha enfrentado lluvias intensas que desbordaron la rutina de miles de personas: calles convertidas en ríos, transporte detenido, cortes de luz intermitentes y viviendas y comercios con pérdidas. Más allá del dato meteorológico, el enojo ciudadano crece por la sensación de vulnerabilidad y la percepción de que las soluciones llegan tarde o no alcanzan; traslados duplicados en tiempo y servicios colapsados.
La mañana posterior al aguacero del sábado 27 de septiembre, la Calzada Ignacio Zaragoza en la Ciudad de México ofrecía una escena desoladora: salas, camas y aparadores apilados en la banqueta, chorreando aún, mientras varias cortinas metálicas cedidas por la presión del agua dejaban ver muros cuarteados y estructuras comprometidas. Dueños de al menos diez mueblerías hablan de pérdidas millonarias y de un miedo creciente cada vez que el cielo se nubla.
“En menos de dos meses ya llevamos cinco inundaciones” lamentó Rosa María, una comerciante, pidiendo que las visitas oficiales dejen de ser sólo fotografías y se traduzcan en apoyos reales, peritajes y reposición de inventario.

El golpe no fue menor en viviendas y fábricas: en algunas colonias de Iztapalapa el agua alcanzó hasta 110 centímetros de altura—casi la cintura de un adulto—y 15 fábricas cercanas reportaron niveles de entre un metro y un metro con diez centímetros en pisos de producción. A escala doméstica, el conteo sumó dos mil casas afectadas en Iztapalapa y Tláhuac tras la tormenta del sábado. Sin embargo, es apenas la superficie de un problema que corre bajo tierra: autoridades afirman que Iztapalapa se hunde al doble de la velocidad del resto de la ciudad debido al “extractivismo desmedido del agua” según informó la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Este hundimiento característico de la zona representa una condición que deja rebasada a la infraestructura cuando cae lluvia intensa.
La precipitación del 27 de septiembre fue calificada como atípica y extraordinaria por lo cual incluso la presidenta subrayó durante una mañanera que una tormenta de esa magnitud no puede achacarse a un solo gobierno ni leerse en clave partidista:
“Dicen que la culpa de que se haya inundado el oriente es de los gobiernos de Morena. O sea, igual han de haber sido culpables de la inundación en España o en Texas. Lo que ocurrió fue una lluvia atípica, extraordinaria”, señaló Claudia Sheinbaum.
El mensaje apunta a un diagnóstico más amplio: una ciudad con drenaje diseñado para otras densidades y otra variabilidad climática, montada sobre suelos que bajan a ritmos distintos y con altos índices poblacionales. Traducido al día a día, significa que una tormenta que antes significaba encharcamientos hoy puede doblar cortinas, tronar muros y paralizar corredores comerciales completos.
En la primera línea de respuesta del Operativo Tlaloque (establecido por Clara Brugada este 2025 en respuesta a la temporada de lluvias de este año en colaboración con la Secretaría de Gobernación; la de Gestión Integral del Agua; de Seguridad y Protección Ciudadana; Obras y servicios, Bomberos, entre otras) reportó haber abatido más del 90% de las inundaciones en menos de 24 horas.
Por eso, Conagua y el Gobierno federal anunciaron un plan en dos tiempos. Primero, brigadas de Bienestar realizaron censos casa por casa para dimensionar daños y activar apoyos, mientras avanzaban las jornadas de desinfección. Después vendría la ingeniería: obras permanentes en el oriente del Valle de México—en especial en los límites entre Iztapalapa y Nezahualcóyotl—con la promesa de una “solución definitiva” para colonias que se inundan de forma recurrente.
Mientras llega la obra, las familias necesitan soluciones que eviten que la próxima lluvia termine de quebrar sus negocios y hogares. “Que no sólo vengan a tomarse la foto; hoy fuimos nosotros, mañana puede ser una tragedia mayor”, advirtió un locatario. La prueba de que el discurso se convierte en drenaje llegará con la siguiente tormenta atípica.
No se trata de un paliativo, sino de reconfigurar la capacidad de captación, retención y desalojo para un territorio que seguirá hundiéndose y enfrentará eventos de precipitación cada vez más variables.
-Imagen destacada: El Universal–



